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Nunca
había tenido la experiencia de escribir un prólogo «sobre
la marcha», en medio de un tiempo crítico y decisivo a la
vez como el que los argentinos atravesamos en estos días, en que
un Presidente, «fuera de serie», después de hacer descolgar
los retratos de dos generales genocidas, del Colegio Militar, y traspasar
los edificios de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) a los
organismos de Derechos Humanos, para transformar lo que fuera un centro
de desaparición, tortura y muerte, en Museo de la Memoria, pidió
perdón de parte del Estado Nacional, «por la vergüenza
de haber callado durante 20 años de democracia, por tantas atrocidades».
Con ese acto -como lo afirma uno de nuestros más lúcidos
periodistas y ensayistas, José Pablo Feinman-, «un gobierno,
uniéndose a los reclamos de la sociedad que apuesta a la vida,
desmanteló un templo poderoso del oficialismo argentino... ese
Estado, hijo de la violencia extrema, que ha arrasado con las resistencias
federales, con las economías del interior, con los negros y con
los indios». Y mucho de ello lo realizó con la bendición
o el silencio de sucesivas jerarquías de la religión oficial
y la costosa resistencia de minorías proféticas o «abrahámicas»,
como las denominaba Dom Hélder Câmara.
Es precisamente aquí donde los capítulos del texto que se
me ha encomendado prologar, se incorporan como respondiendo al párrafo
final del prólogo con que nuestro entrañable hermano y amigo
Dom Pedro Casaldáliga, presentaba el primer volumen de esta serie:
«Por los muchos caminos de Dios, en que Él se cruza con la
humanidad, criándola, protegiéndola, buscándola,
avanzamos religiosamente plurales, hijos e hijas del Dios único,
hermanos y hermanas en su familia humana. Seamos cada vez más conscientes
de ésta unidad fundamental y de enriquecedora pluralidad con que
podemos y debemos vivirla, en camino a la casa común paterno-maternal».
Se nos había anticipado que este segundo libro constituiría
una tentativa de ofrecer respuestas concretas a las preguntas y desafíos
«del pluralismo religioso a la teología de la liberación».
Y con mayor razón , añadiría yo, a las teologías
más tradicionales y ortodoxas que predominan en el amplio escenario
religioso de nuestro continente y del mundo entero. Y Dom Pedro se encarga
de recordar a algunos de los pioneros que, particularmente en el mundo
católico-romano, se atrevieron a incursionar en el diálogo
inter-religioso, macroecumenismo o pluralismo religioso, «perturbando
todos los esquemas tradicionales», y siendo «a veces incomprendidos
y hasta censurados por las instancias oficiales», no muy dadas a
la libertad y a lo nuevo.
En el mundo evangélico protestante y/o ecuménico, la preocupación
no ha estado ausente, y en mi propia tradición metodista, durante
mis años jóvenes, brilló la figura señera
de E. Stanley Jones, un misionero evangelista norteamericano, que echó
raíces en las inmensas y fecundas tierras de la India, y cultivó,
junto con una extraordinaria pacifista inglesa y anglicana, Muriel Lester,
una profunda amistad con Gandhi (con quien solían solidarizarse
en sus largos ayunos), de quién escribía en su entonces
conocido libro: «Cristo en la mesa redonda» (basado en la
rica experiencia de los «ashrams», conferencias inter-religiosas
sobre temas fundamentales):
«Semana por semana él descubre lo más íntimo
de su alma y discute francamente su actitud hacia el cristianismo y otras
religiones, dando sus motivos para decidirse a favor de la vida religiosa
que hoy pone en práctica. La puerta para la discusión franca
está, pues, abierta, y ha sido abierta por la mano de un hindú».
En cuanto al mundo ecuménico, puede decirse que a partir de la
Conferencia Misionera Mundial de Edinburgo (1910) se abre un largo período
de estudio, reflexión y discusión sobre la aproximación,
comprensión y relación con otras tradiciones religiosas,
en el que sobresalen el pensamiento de J. N. Farquhar en su obra «La
corona del hinduismo» que relaciona al Cristo con las profundas
aspiraciones del Hinduismo, los trabajos de la Conferencia Misionera de
Jerusalén (1928) que encara simultáneamente el pensamiento
sincretista a partir de las religiones asiáticas, y el naciente
secularismo que sacude a las iglesias tanto de Oriente como de Occidente.
Y aquí empiezan a brillar el pensamiento del arzobispo W. Temple,
de W. E. Hocking y sobre todo del holandés H. Kraemer (próximo
a Karl Barth) cuyo libro preparatorio para la Conferencia Misionera de
Tambaram, Madrás, India (1938), constituye un hito en el diálogo
y la discusión abierta en el mundo ecuménico hasta nuestros
días. Aquí, en las diversas conferencias convocadas en Amsterdam
(1948) Nueva Delhi (1961), Méjico (1963), Bangkok (1964) y Kandy-Sri
Lanka (1967, con participación de consultores del Vaticano, por
primera vez) y que tras innumerables encuentros, culminó en 1979,
con la aprobación en Chiang Mai (Tailandia) de las «Directrices
para el diálogo con otras religiones e ideologías de nuestro
tiempo» (cuya versión revisada y ampliada por consultores
de la Iglesia Católico-Romana, fue aprobada y difundida por el
Papa Juan Pablo II en 1984). Por otra parte, el Consejo Mundial de Iglesias
fue acrecentando la presencia y participación de invitados de las
mayores confesiones religiosas del mundo, que ya en Vancouver (1983) llegaron
a un total de 15, con activa participación en una sesión
plenaria sobre el tema: «Testigos en un Mundo dividido».
Me he detenido en esta apretada síntesis (muy incompleta por cierto)
de lo que está aconteciendo en el mundo ecuménico, con respecto
al diálogo y encuentro inter-religioso que se sigue abriendo paso,
porque considero que el valioso y variado material que tenemos el privilegio
de poner en circulación, tiene un aporte tanto informativo y enriquecedor,
como inquietante y desafiante que ofrecer, y que sólo muy sumariamente
podemos enumerar. Los títulos de esos capítulos ya constituyen
en sí una invitación a la aventura: como los que tienen
que ver con «La Teología de las Religiones desde América
Latina», o «La cristología de la liberación
y el pluralismo religioso», o el «Macroecumenismo: teología
de las religiones latinoamericana». Contrastando la evolución
de la teología latinoamericana con la de la teología del
Primer Mundo «que es una teología circunstancial, local,
parcial, particular, porque es una teología de la cristiandad occidental»,
uno de los escritores describe así la teología que brota
en nuestro continente:
“En América Latina se hizo dentro del clero mismo y dentro
de la teología el redescubrimiento de los pobres y del verdadero
sentido de la buena nueva, del evangelio que se dirige a los pobres y
no sencillamente a todos los seres humanos como si fueran todos iguales.
Lo que encontramos en la Biblia es, justamente, que no son iguales, que
en la historia hay ricos y pobres, dominados y dominadores.... y el Evangelio
tiene su sentido en esa situación denunciada, afirmada hasta la
muerte por los profetas de todos los tiempos.
La teología latinoamericana no adaptó la teología
cristiana a una circunstancia: descubrió la verdadera teología
ocultada durante siglos por la estructura de cristiandad y su cuadro intelectual.
Redescubrió lo esencial del cristianismo, su mensaje central. ¿Cómo
pudo hacerlo? Porque rompió con la cristiandad, rompió con
el sistema colonial, rompió con el sistema eclesiástico.
Fueron perseguido incluso por las jerarquías, pero no cedieron
porque sabían que habían descubierto una verdad que quedó
ocultada durante siglos.
Por otra parte: tomando muy en serio la presencia religiosa de lo pueblos
indígenas, los de origen africano, y la presencia multitudinaria
de la mujer, creciente protagonista de nuestra historia y cada día
más consciente de su identidad y de su género, los autores
abordan: «La Cristología Afro-amerindia, como discusión
con Dios», «La Maldición de Malaquías»
como solemne advertencia a nuestra generación; y , desde una original
perspectiva de género «Crista en la danza de Asherah, Isis
y Sofía: proponiendo nuevas metáforas divinas para un debate
feminista del Pluralismo Religioso». Y además, desde el lugar
de los pobres, tanto en el mundo de la Biblia como en la historia, ensayos
como el titulado: «Muchos pobres, muchas religiones», y «Memorias
de luchas populares: ¿un unificador potencial?», adquieren
una tremenda actualidad para el tiempo que vivimos en nuestra América
y el Caribe.
Finalmente, tres medulosos ensayos, cada uno con su particular estilo,
nos ilustran y nos obligan a ahondar en la temática dominante que
motiva la peregrinación a la que nos hemos incorporado: «Religiones,
misticismo, liberación: un diálogo entre la Teología
de la Liberación y la Teología de las Religiones»;
«El Absoluto en los fragmentos: La universalidad de la revelación
en las religiones», y «Muchos lenguajes y una única
Palabra: Amor. Biblia y Pluralismo Religioso».
Seguramente, si todas estas páginas -aunque nos sacudan fuertemente
y nos despojen de muchas falsas seguridades que entorpecen el camino y
el testimonio de los cristianos en nuestro tiempo- logran abrir en nuestras
vidas y en nuestras comunidades nuevas sendas de humildad, de espiritualidad
y de diálogo auténtico, y encender luces de esperanza en
tiempos tan inciertos y sombríos como los que atravesamos, podemos
poner a prueba la veracidad de la afirmación de Gustavo Gutiérrez
citada en uno de estos capítulos: «Todas las reflexiones
teológicas no valen lo que un acto de caridad concreto».
Afirmación que adquiere una dimensión incalculable en el
testimonio de dos grandes profetas de nuestra generación: Nelson
Mandela hablándonos en la octava Asamblea del Consejo Mundial de
Iglesias (Harare, 1998):
“Habría que haber conocido las cárceles del apartheid
de Sudáfrica para comprender hasta qué punto fue importante
la Iglesia en aquellos días. Trataron de aislarnos totalmente del
exterior. Sólo podíamos ver a nuestros familiares dos veces
por año. Nuestro vínculo con el exterior eran las organizaciones
religiosas de cristianos, musulmanes, hindúes y miembros de la
religión judía. Ellos fueron los fieles que nos inspiraron.
El apoyo del CMI (Consejo Mundial de Iglesias) fue el ejemplo más
concreto de lo que la religión hizo por nuestra liberación,
desde aquellos días en que las instituciones religiosas asumieron
la responsabilidad de la educación de los oprimidos que nuestros
gobernantes nos negaban, hasta el apoyo mismo de nuestra lucha por la
liberación».
E Ignacio Ellacuría sj, el mártir vasco-salvadoreño,
pronunciándose con toda firmeza sobre la vocación histórica
de la familia abrahámica (judíos, cristianos e islámicos):
«No será directamente Dios quien destruya la vida sobre la
tierra; los seres humanos, autoconvertidos en dioses están ya preparados
para hacerlo... Las religiones de vida, las religiones de promesas utópicas,
las religiones monoteístas y monosalvíficas, pueden y deben
impedir esta locura colectiva, y lo harán, si instauran el Reino
de Dios, como el Reino del pueblo entero de la humanidad».
Obispo (E) Federico J. Pagura
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