La metáfora del Dios Encarnado
de John HICK

Presentación del libro

 

   
 

Por fin llega al ámbito teológico de lengua castellana, europeo y latinoamericano principalmente, este libro de Jon Hick, tan esperado.

No se trata de un libro teológico más, sino una «obra de referencia», porque representa emblemáticamente una postura teológica que hoy día ya no se puede ignorar: la de una «cristología para un tiempo pluralista», como reza el subtítulo de la obra. En este sentido, este libro de Hick es la obra que se ha hecho ya «clásica» para expresar esta postura. Las demás son complementarias.

Es también una obra «de actualidad», porque el debate del «pluralismo» en cuanto paradigma teológico (o sea, la aceptación sincera de la pluralidad religiosa con todas sus consecuencias) está en el candelero de la investigación y del diálogo teológico. Ya hace años que el pluralismo religioso se ha constituido en el «nuevo tema», un tema que no desplaza a los anteriores, sino que los obliga a confrontarse con él y a reformularse integralmente. Un tema que ha venido para quedarse y que promete un inminente e intenso futuro... Estamos pues de enhorabuena con la aparición en castellano de este libro de Jon Hick, que es a la vez una obra de referencia y una obra de actualidad con mucho futuro. ¡Bienvenido!

John es un teólogo presbiteriano, de Birmingham, anglo-estadounidense, que ya está coronando su largo y fecundo trabajo teológico. El tema que aborda en esta obra lo lanzó Hick a la palestra teológica -como él mismo nos contará en las primeras páginas- en 1977, y suscitó una tremenda reacción, no sólo en los medios teológicos, sino en los medios eclesiásticos de Inglaterra y hasta en los medios de comunicación. Un encendido debate se suscitó en la sociedad y en las Iglesias, con mucha pasión y hasta con ira. Una larga serie de libros se sucedieron sobre el tema, desde todas las posturas participantes en la discusión, incluida la del propio Hick. Dieciséis años más tarde nuestro autor consideró que ya las aguas estaban más claras, y que cabía reelaborar las primeras expresiones en una formulación más matizada, más serena y más coherente. Y éste que presentamos es el libro en que nos dio su posición definitiva, la que tantos llaman «postura hickeana», aunque con frecuencia la toman de libros anteriores, no de este su libro «definitivo» en este sentido. Los estudiantes de teología harán bien en no aprender la postura del pluralismo hickeano bebiendo resúmenes ajenos o citaciones antiguas e inmaduras, o tal vez radicales, sino acercándose directamente a la postura del autor en este libro tan autorizado como asequible.

Harán bien en leerlo, también, los que critican el «pluralismo hickeano» como escépticamente relativista, como obsesivamente igualitarista frente a las religiones, o como corrosivo del sentido. Centrada en el tema cristológico, esta obra permite verificar que el autor pretende precisamente purificar el sentido, volveer a su originalidad prístina, la que tenía antes de su mixtificación con la metafísica. Hick no niega la metáfora, sino su confusión con la metafísica. No la considera inútil ni de segunda categoría -como lo hace la metafísica- sino imprescindible y elocuentísima. Liberada del encorsetamiento ontológico, la metáfora es para Hick un modo de expresión insustituible, necesario, único para expresar aquello que ninguna otra forma de lenguaje tiene el poder de vehicular. Nada pues de relativismo o de nihilismo en esta obra de madurez, definitiva, que desplaza y que pide desconsiderar a las anteriores.

Dicho esto, hay que decir también que no es un libro cualquiera, ni para cualquiera. Toca un tema demasiado grave, con implicaciones profundas y decisivas para todo el conjunto de la comprensión del cristianismo, por lo que su lectura no es recomendable para «menores de edad» en teología. Éstos deberían leerlo sólo con asesoramiento. Los demás debieran leerlo tanto con sentido crítico... como con desapasionamiento. De entrada, cuando uno/una no se ha planteado nunca el tema, la primera impresión es un choque o una conmoción como la que causó en Inglaterra en 1977 aquel primer libro-proclama de Hick. Cuando ya se ha estudiado el tema, y cuando se lo lee dentro de una comprensión un tanto avanzada de la actual «teología de las religiones», todo el conjunto se reviste de una plausibilidad teológica que, al menos, infunde un cierto respeto. Cuando se vuelve a leer desde una visión crítica de la historia del cristianismo y desde una sintonía cordial con la diversidad de las religiones, se reconoce que la «hermenéutica de la sospecha» que inspira a Hick es legítima e indispensable.

Se puede admirar o denostar la postura de Hick, se puede estar de acuerdo o en desacuerdo con ella, pero no se puede, o no se debe ignorarla en el actual debate teológico.

Este libro aborda uno de los ejes centrales de la propuesta de «revolución copernicana» que Hick propone para la teología, como resultado de la adopción del nuevo paradigma, el paradigma pluralista (frente al inclusivista). Probablemente, al elegir esa imagen que alude a Copérnico, Hick era sabedor de que el astrónomo polaco, cuando comprendió con pruebas en la mano que el sistema solar era heliocéntrico y no geocéntrico, de ninguna manera lanzó las campanas al vuelo, ni lo publicó. Sólo permitió que una copia circulara privadamente entre algunos amigos especialistas. Y sólo cuando se vio en un lugar al abrigo del posible ataque de la Inquisición -en el lecho de muerte- se avino a que su libro De Revolutionibus fuese publicado, lo que aconteció en 1543.

También entonces, aquella publicación suscitó toda una conmoción y un encendido debate, no sólo entre los católicos, sino en el naciente protestantismo: todos se sintieron ofendidos al ver que el planeta Tierra era relegado, desde su puesto de centro del cosmos, al de un cuerpo celeste cualquiera, entre tantos otros. «¿Quién osará poner la autoridad de Copérnico por encima de la del Espíritu Santo?», bramó Calvino. «Ese idiota quiere invertir toda la ciencia de la astronomía, pero la Sagrada Escritura nos dice que Josué mandó que se detuviese el Sol, no la Tierra», argumentó Lutero. El libro estuvo en el Índice de libros prohibidos hasta 1835. La Iglesia católica necesitó casi trescientos años para aceptar la «revolución copernicana» que proponía el nuevo paradigma heliocéntrico.

Cabe una pregunta «por alusiones»: ¿será este libro el inicio de una «revolución copernicana» en la teología, que sustituya el paradigma (heliocéntrico) pluralista -que algunos llaman hickeano-, por el paradigma inclusivista (geocéntrico)? ¿Demorará también varios siglos?
Por todo ello, es bienvenido este libro de Hick al ámbito teológico de habla castellana.

Sólo nos queda agradecer al equipo de traducción convocado por los Servicios Koinonía, por su trabajo voluntario y generoso, así como a la editorial original, SCM Press de Londres, por las facilidades concedidas. Tampoco podemos dejar de agradecer la acogida de la Editorial Abya Yala al proyecto editorial. Todo ello en conjunto va a hacer posible acercar el libro al máximo número de lectores.

 

   
 
José María VIGIL
Panamá

 

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