Prólogo de Leonardo BOFF

Por los muchos caminos de Dios - III
Teología latinoamericana pluralista de la liberación

 

   
 

Uno de los muchos efectos de la mundialización -que no es un fenómeno solamente económico-financiero, sino también antropológico y una etapa nueva de la historia de la Tierra y de la Humanidad- es la discusión acerca de la pluralidad de las tradiciones: cómo entenderlas como hecho sociológico y también como significación teológica.

La presente colección de estudios asume seriamente esta cuestión en la perspectiva específica de la teología de la liberación, que siempre se pregunta en qué medida las religiones, a partir de su capital espiritual y ético, constituyen fuerzas de movilización y transformación social que restablecen la justicia y la paz violadas.

En primer lugar importa reconocer la existencia de muchas religiones. Este hecho representa un dato y un valor.

Como dato no puede ser negado, y suscita una indagación inmediata: ¿Ese hecho es un valor en sí mismo o representa algo patológico? ¿Es un dato originario y fundante o significa la decadencia de una religión originaria una y única?

Ya aquí se dividen las opiniones. Persiste en sectores cristianos de ortodoxia rígida la convicción de que la religión cristiana representa la sanidad. Sólo ella es portadora de la pureza y de la integridad de la religión verdadera. Todas las demás son decadencias, con mayor o menor alejamiento de la esencia. Otros grupos más abiertos parten del supuesto de que la religión cristiana es la religión verdadera, pero que dimensiones importantes de la misma se encontrarían diseminadas en las demás religiones, de manera que éstas podrían considerarse incluidas de alguna forma en la religión verdadera.

La reflexión de los últimos años ha tendido a pasar del inclusivismo al pluralismo propiamente dicho. Este dato es también un valor. Las religiones son caminos normales para Dios. Se quiere decir: Dios ha visitado los pueblos y a las personas a través de las religiones. Por eso, en ellas hay santidad, gracia y salvación.

Obviamente, esta postura obliga a los cristianos a redefinir los términos de la comprensión de la unicidad y la singularidad de Jesús y de su obra salvífica. La cristología que afronte seriamente estas cuestiones tendrá que sobrepasar los cuadros definidos por el Concilio de Calcedonia, fuertemente impregnados por el paradigma filosófico griego.

Tal osadía necesaria provoca inmediatamente la vigilancia de las autoridades doctrinales del Vaticano, que tienden a considerar al Concilio de Calcedonia como punto de llegada de la ortodoxia cristológica, y no como punto de partida para nuevos abordajes. Las condenaciones de Jacques Dupuis y de Roger Haight en sus intentos de afirmar la positividad del pluralismo religioso fueron hechas como advertencias severas a toda la comunidad teológica, para inhibir la creatividad indispensable al desarrollo del dogma.
Pero la cuestión del pluralismo teológico no se resuelve con golpes de poder doctrinario. La mundialización suscita objetivamente esta cuestión, que no puede ser obviada por una teología que tome en serio el curso del mundo y lo contemple también ante Dios, haciéndolo así objeto de la reflexión estrictamente teológica.

Inicialmente podemos decir: así como existe la inmensa biodiversidad en la naturaleza como un hecho y como un inconmensurable valor que merece ser conservado, de forma semejante existe la diversidad de las religiones, que son hechos y valores que deben ser valorados, pues son manifestaciones de lo humano y de la experiencia religiosa de la humanidad.

No es justo que pensemos y digamos que solamente una especie debe prevalecer, sino, al contrario: todas las especies tienen valor, y juntas revelan las virtualidades del misterio de la Vida. De modo semejante, no es justo afirmar que solamente una religión es verdadera, y que las demás son decadencia, pues todas ellas revelan algo del misterio de Dios y revelan las muchas formas que tenemos de caminar en fidelidad y amor hacia Dios.

La fe cristiana posee categorías que le permiten alimentar una actitud positiva frente al pluralismo religioso. Una de ellas es el significado teológico de los primeros once capítulos del Génesis, en los que se habla de los diferentes pueblos de la Tierra, tenidos todos como pueblos de Dios. Esos pueblos poseen sus religiones y son anteriores a la elección de Abraham. Otra categoría es la del Espíritu, que atraviesa toda la historia y visita como impulso para el bien y para la verdad a todas las personas. Otra es la del Verbo, que ilumina a cada persona que viene a este mudo y no sólo a los bautizados. Y otras categorías de universalidad, como el ofrecimiento salvífico a todos y a cada uno de los humanos, el mysterium salutis que recubre toda la historia cósmica y humana, y la idea de Reino de Dios, que representa la utopía mayor del cristianismo más allá de las distinciones entre lo sagrado y lo profano, la revelación y la historia.

El presente volumen se inscribe en el marco de estas cuestiones, con la peculiaridad de recordar permanentemente que uno de los sentidos fundamentales de las religiones es alimentar la llama sagrada que arde en cada persona -que no otra cosa es la inefable presencia de Dios en ellas-, así como posibilitar la paz entre los pueblos a través del diálogo y del establecimiento de los principios comunes y, finalmente, servir a la Vida, la floración más excelente del universo y supremo don del Creador.

   
 

Leonardo BOFF


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